martes, 5 de julio de 2011

ACTA DE LA DECLARACION DE LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA

Firma del Acta de la Declaración de Independencia de Venezuela 1
Firma del Acta de la Declaración de
Independencia de Venezuela
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Acta de Independencia
Firmada el 5 de Julio de 1811
En el nombre de Dios Todopoderoso, nosotros, los representantes de las provincias Unidas de Caracas, Cumaná,
Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo, que forman la Confederación Americana de Venezuela en el
continente meridional, reunidos en Congreso, y considerando la plena y absoluta posesión de nuestros derechos, que
recobramos justa y legítimamente desde el 19 de Abril de 1810, es consecuencia de la jornada de Bayona y la
ocupación del trono sin nuestro consentimiento, queremos, antes de usar de los derechos de que nos tuvo privados
las fuerzas, por más de tres siglos, y nos ha restituido el orden político de los acontecimientos humanos, patentizar al
universo las razones que han emanado de estos mismos acontecimientos y autorizan el libre uso que vamos a hacer
de nuestra soberanía.
No queremos, sin embargo, empezar alegando los derechos que tiene todo país conquistado, para recuperar su estado
de propiedad e independencia; olvidamos generosamente la larga serie de males, agravios y privaciones que el
derecho funesto de conquista ha causado indistintamente a todos los descendientes de los descubridores,
conquistadores y pobladores de estos países, hechos de peor condición, por la misma razón que debía favorecerlos; y
corriendo un velo sobre los trescientos años de dominación española en América, sólo presentaremos los hechos
auténticos y notorios que han debido desprender y han desprendido de derecho a un mundo de otro, en el trastorno,
desorden y conquista que tiene ya disuelta la nación española.
Este desorden ha aumentado los males de la América, inutilizándole los recursos y reclamaciones, y autorizando la
impunidad de los gobernantes de España para insultar y oprimir esta parte de la nación, dejándola sin el amparo y
garantía de las leyes.
Es contrario al orden, imposible al gobierno de España, y funesto a la América, el que, teniendo ésta un territorio
infinitamente más extenso, y una población incomparablemente más numerosa, dependa y esté sujeta a un ángulo
peninsular del continente europeo.
Las sesiones y abdicaciones de Bayona, las jornadas del Escorial y de Aranjuez, y las órdenes del lugarteniente
Duque de Berg, a la América, debieron poner en uso de los derechos que hasta entonces habían sacrificado los
americanos a la unidad e integridad de la nación española.
Venezuela, antes que nadie, reconoció y conservó generosamente esta integridad para no abandonar la causa de sus
hermanos, mientras tuvo la menor apariencia de salvación.
América volvió a existir de nuevo, desde que pudo y debió tomar a cargo su suerte y conservación; como España
pudo conocer, o no, los derechos de un Rey que había apreciado más su existencia que la dignidad de la nación que
gobernaba.
Cuántos Borbones concurrieron a las inválidas estipulaciones de Bayona, abandonando el territorio español, contra la
voluntad de los pueblos, faltaron, despreciaron y hollaron el deber sagrado que contrajeron con los españoles de
ambos mundos, cuando, con su sangre y sus tesoros, los colocaron en el trono a despechos de la Casa de Austria; por
esta conducta quedaron inhábiles e incapaces de gobernar a un pueblo libre, a quien entregaron como un rebaño de
esclavos.
Los intrusos gobiernos que se abrogaron la representación nacional aprovecharon pérfidamente las disposiciones que
la buena fe, la distancia, la opresión y la ignorancia daban a los americanos contra la nueva dinastía que se introdujo
en España por la fuerza; y contra sus mismos principios, sostuvieron entre nosotros la ilusión a favor de Fernando,
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para devorarnos y vejarnos impunemente cuando más nos prometía la libertad, la igualdad y la fraternidad, en
discursos pomposos y frases estudiadas, para encubrir el lazo de una representación amañada, inútil y degradante.
Luego que se disolvieron, sustituyeron y destruyeron entre sí las varias formas de gobierno de España, y que la ley
imperiosa de la necesidad dictó a Venezuela el conservarse a sí misma para ventilar y conservar los derechos de su
Rey y ofrecer un asilo a sus hermanos de Europa contra los males que les amenazaban, se desconoció toda su
anterior conducta, se variaron los principios, y se llamó insurreción, perfidia e ingratitud, a lo mismo que sirvió de
norma a los gobiernos de España, porque ya se les cerraba la puerta al monopolio de administración que querían
perpetuar a nombre de un Rey imaginario.
A pesar de nuestras propuestas, de nuestra moderación, de nuestra generosidad, y de la inviolabilidad de nuestros
principios, contra la voluntad de nuestros hermanos de Europa, se nos declara un estado de rebelión, se nos bloquea,
se nos hostiliza, se nos envían agentes a amotinarnos unos contra otros, y se procura desacreditarnos entre las
naciones de Europa implorando su auxilio para oprimirnos.
Sin hacer el menor aprecio de nuestras razones, sin presentarlas al imparcial juicio del mundo, y sin otros jueces que
nuestros enemigos, se nos condena a una dolorosa incomunicación con nuestros hermanos; y para añadir el desprecio
a la calumnia se nos nombra apoderados, contra nuestra expresa voluntad, para que en sus Cortes dispongan
arbitrariamente de nuestros intereses bajo el influjo y la fuerza de nuestros enemigos.
Para sofocar y anonadar los efectos de nuestra representación, cuando se vieron obligados a concedérnosla, nos
sometieron a una tarifa mezquina y diminuta y sujetaron a la voz pasiva de los ayuntamientos, degradados por el
despotismo de los gobernadores, la forma de la elección; lo que era un insulto a nuestra sencillez y buena fe, más
bien que una consideración a nuestra incontestable importancia política.
Sordos siempre a los gritos de nuestra justicia, han procurado los gobiernos de España desacreditar todos nuestros
esfuerzos declarando criminales y sellando con la infamia, el cadalso y la confiscación, todas las tentativas que, en
diversas épocas, han hechos algunos americanos para la felicidad de su país, como fue la que últimamente nos dictó
la propia seguridad, para no ser envueltos en el desorden que presentíamos, y conducidos a la horrorosa suerte que
vamos ya a apartar de nosotros para siempre; con esta atroz política, han logrado hacer a nuestros hermanos
insensibles a nuestras desgracias, armarlos contra nosotros, borrar de ellos las dulces impresiones de la amistad y de
la consanguinidad, y convertir en enemigos una parte de nuestra gran familia.
Cuando nosotros, fieles a nuestras promesas, sacrificábamos nuestra seguridad y dignidad civil por no abandonar los
derechos que generosamente conservamos a Fernando de Borbón, hemos vistos que a las relaciones de las fuerzas
que le ligaban con el Emperador de los franceses ha añadido los vínculos de sangre y amistad, por lo que hasta los
gobiernos de España han declarado ya su resolución de no reconocerle sino condicionalmente.
En esta dolorosa alternativa hemos permanecido tres años en una indecisión y ambigüedad política, tan funesta y
peligrosa, que ella sola bastaría a autorizar la resolución que la fe de nuestras promesas y de los vínculos de la
fraternidad nos habían hecho diferir; hasta que la necesidad nos ha obligado a ir más allá de lo que nos propusimos,
impelidos por la conducta hostil y desnaturalizada de los gobiernos de España, que nos ha relevado del juramento
condicional con que hemos sido llamados a la augusta representación que ejercemos.
Mas nosotros, que nos gloriamos de fundar nuestro proceder en mejores principios, y que no queremos establecer
nuestra felicidad sobre la desgracia de nuestros semejantes, miramos y declaramos como amigos nuestros,
compañeros de nuestra suerte, y partícipes de nuestra felicidad, a los que, unidos con nosotros por los vínculos de la
sangre, la lengua y la religión, han sufrido los mismos males en el anterior orden; siempre que, reconociendo nuestra
absoluta independencia de él y de otra dominación extraña, nos ayuden a sostenerla con su vida, su fortuna y su
opinión, declarándolos y reconociéndolos (como a todas las demás naciones) en guerra enemigos, y en paz amigos,
hermanos y compatriotas.
En atención a todas estas sólidas, públicas e incontestables razones de política, que tanto persuaden la necesidad de
recobrar la dignidad natural, que el orden de los sucesos nos han restituido, en uso de los imprescriptibles derechos
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que tienen los pueblos para destruir todo pacto, convenio o asociación que no llenan los fines para que fueron
instituidos los gobiernos, creemos que no podemos ni debemos conservar los lazos que nos ligaban al gobierno de
España, y que, como todos los pueblos del mundo, estamos libres y autorizados para no depender de otra autoridad
que la nuestra, y tomar entre las potencias de la tierra, el puesto igual que el Ser Supremo y la naturaleza nos asignan
y a que nos llama la sucesión de los acontecimientos humanos y nuestro propio bien y utilidad.
Sin embargo de que conocemos las dificultades que trae consigo y las obligaciones que nos impone el rango que
vamos a ocupar en el orden político del mundo, y la influencia poderosa de las formas y actitudes a que hemos
estado, a nuestro pesar, acostumbrados, también conocemos que la vergonzosa sumisión a ellas, cuando podemos
sacudirlas, sería más ignominiosa para nosotros, y más funesta para nuestra posterioridad, que nuestra larga y penosa
servidumbre, y que es ya de nuestro indispensable deber proveer a nuestra conservación, seguridad y felicidad,
variando esencialmente todas las formas de nuestra anterior constitución.
Por tanto, creyendo con todas estas razones satisfecho el respeto que debemos tener a las opiniones del género
humano y a la dignidad de las demás naciones, en cuyo número vamos entrar, y con cuya comunicación y amistad
contamos, nosotros, los representantes de las Provincias Unidas de Venezuela, poniendo por testigo al Ser Supremo
de la justicia de nuestro proceder y de la rectitud de nuestras intenciones, imploramos sus divinos y celestiales
auxilios, y ratificándole, en el momento en que nacemos a la dignidad, que su providencia nos restituye el deseo de
vivir y morir libres, creyendo y defendiendo la santa, católica y apostólica religión de Jesucristo. Nosotros, pues, a
nombre y con la voluntad y la autoridad que tenemos del virtuoso pueblo de Venezuela, declaramos solemnemente al
mundo que sus Provincias Unidas son, y deben ser desde hoy, de hecho y de derecho, Estados libres, soberanos e
independientes y que están absueltos de toda sumisión y dependencia de la Corona de España o de los que se dicen o
dijeren sus apoderados o representantes, y que como tal Estado libre e independiente tiene un pleno poder para darse
la forma de gobierno que sea conforme a la voluntad general de sus pueblos, declarar la guerra, hacer la paz, formar
alianzas, arreglar tratados de comercio, límites y navegación, hacer y ejecutar todos los demás actos que hacen y
ejecutan las naciones libres e independientes. Y para hacer válida, firme y subsistente unas provincias a otras,
nuestras vidas, nuestras fortunas y el sagrado de nuestro honor nacional. Dada en el Palacio Federal y de Caracas,
firmada de nuestra mano, sellada con el gran sello provisional de la Confederación, refrendada por el Secretario del
Congreso, a cinco días del mes de julio del año de mil ochocientos once, el primero de nuestra independencia

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